Oficinas (otrora)
A los R’s.
Soy un duende contemporáneo.
Robo calcetines en los trabajos
que nadie cree que existen
hasta que, por una vez en su vida,
necesitan de nuestros servicios.
Solía ser solo un oficinista.
Buscaba asuetos como duendes a los calcetines
y tener prestaciones mágicas
al final de un arcoiris.
Ahora reporto cables caídos
a las 2 de la madrugada
para una flotilla de electricistas
que pasan las tardes en cantinas del barrio.
La única electricidad que experimentan
es la del tipo de los toques-toques
y ni pasan del nivel seis los pendejos.
Ahora doy préstamos bancarios
a oficinistas desesperados,
desde la celda de outsourcing de un bebedobleú
a las cinco de la mañana
Sesenta mil créditos desde la cazuela dorada
de la especulación.
Ahora todos esos humanos
quizás sigan buscando el otro par,
ignoran la travesía de sus trapos
a un depósito de acumulación
de la mala fortuna.
Después de este trabajo hay
más sombras que duendes
Pero en un trayecto siempre habrá un viajero
y en cada oficina
siempre quedará un alma
disminuida por el sistema,
dispuesta a hacer
lo que nadie más haría.
Reporte de movilidad
Esta es una situación real.
Todo cinturón vial
es un acelerador de partículas si lo piensas
y en algún momento se producirá un impacto.
Alguna vez te pasó.
Te pusiste el cinturón antes
el auto no era una mierda sin bolsas de aire
la velocidad no era alta
el árbol pasó entre ti y el conductor
o tú fuiste el conductor con suerte
mientras los demás volaron por Reforma
y fuiste esa águila del video,
lanzando una cabra al desfiladero
con la velocidad del reproductor a 2.5.
Esta es una situación real.
Cualquier sustancia o circunstancia
cambia nuestro metabolismo
y en algún momento sentirás el efecto.
Viste cada advertencia
durante toda tu vida las asumiste:
Siempre habrá un conductor designado
una persona más alerta en el camino
alternativas para no tomar el volante,
pero llega el día y no es una sustancia
es tu cuerpo mismo, el efecto de ser explotado.
La gravedad más fuerte sobre la tierra
es la de una persona con sueño.
Carta de deseos sobre el mundo editorial
A Santiago Astrobbi Echavarri.
Querido mundo editorial,
No quiero utopías. Sé que la tinta cuesta y el papel se pudre,
pero ¿es mucho pedir que las páginas no se traduzcan en precariedad?
Un mundo donde imprimir un libro no sea un acto suicida,
y el precio de un tiraje no sea equivalente a vender un riñón.
Quiero un catálogo donde las voces marginadas
no sean relegadas al pie de página de la historia.
Donde lo raro, lo experimental y lo incómodo
no sea tachado de “no vendible” antes de ser leído.
Que las editoriales independientes sean eso: independientes,
y no apéndices zombis de los monstruos corporativos.
No la excusa para gentrificar un barrio en pos de la creación de espacios
con cafeterías de manual de MKT 101.
Quiero ferias donde los stands no sean vitrinas de cadáveres literarios,
o apologías al neocolonialismo disfrazado de países invitados,
y que los premios no se decidan en cenas de gala
donde los votos huelen a whisky y camaradería falsa.
Quiero que los contratos no sean tratados de esclavitud moderna,
y que las regalías no alcancen apenas para un café malo
en una presentación donde nadie compra un solo libro
pero publica una docena de historias.
¿Es de verdad utópico?
No hablo de abolir el capitalismo con un poema (ni de salvarlo),
pero sí de construir un refugio en medio del desastre:
un espacio donde editar sea un acto de resistencia,
y cada libro un sabotaje elegante al tedio global.
Mundo editorial, si nada de eso es posible, solo te pido:
dame lectores que lean como si quemaran algo,
autores que escriban sin miedo a la quiebra, al rentero, al fisco,
y editores que entiendan que el arte es más
que un número en la hoja de cálculo,
que una cara bonita en la solapa,
que una métrica en el agujero de la fama.
No te pido que seas perfecto,
solo menos mezquino.
Que las grietas del sistema sean lugar para plantar algo vivo,
y que en la precariedad florezca algo que no sea cinismo.
Con terquedad y esperanza,
Un punk que aún no se rinde.
Imagen: Joel Slotte