TRES POEMAS QUE HABLAN DE SILLAS PERO EN REALIDAD HABLAN DE AMOR
1
Muy cerca de mí, cuando estoy cansado, una silla.
Pero lejos de mí, cuando estoy cansado,
el conocimiento de qué es una silla.
Y más lejos todavía, el posible conocimiento de cómo usar una.
Cada vez que pasa por mi cabeza una idea, escapa con rapidez.
Y cuando he logrado asimilar una y después de todo,
he logrado tomar asiento,
no sé si estoy descansando
o sigo cansándome más.
2
Me acerco una silla
pero a último momento decido –sin explicación alguna–
permanecer de pie.
Este tipo de cosas pasan a cada rato.
Me refiero a hacer una cosa en vez de otra.
Y yo me pregunto qué es lo mejor y qué no.
Porque tal vez lo que yo necesito es sentarme en la silla.
Es decir, hacer una cosa en vez de otra.
Pero eso nunca lo sabré.
Nunca sabré qué pudo ser lo más conveniente para mí.
Y eso mismo pasa cuando la decisión de ser una mejor persona
se hace a un lado y deja pasar a su vez,
a esta persona que ahora soy.
3
He dedicado todo este tiempo en cuidar
que el poema esté limpio, ordenado,
fácil de entrar a él como a una habitación
en la que no hay nada salvo una silla en su centro.
He querido que quien lea el poema le sea fácil
como sentarse en esa única silla.
Pero el poema, como algo independiente de mí,
dispone otra cosa:
es imposible acceder a él, y en caso de lograrlo,
encontrará, sí, el lugar limpio y ordenado,
pero la silla clavada al techo.
Debe estar conectado para enviar un comentario.