¿Qué dice sobre su salud el color de la sangre en sus manos? Alexandro Castro

 

¿Qué dice sobre su salud el color de la sangre en sus manos?

 

Los juguetes no son suyos, aunque parezca

que puede ordenarlos frente a sí

para contar historias nunca antes vistas.

 

El día de ayer temprano casi a mediodía

le vimos encoger los hombros frente a su cama

y girar su rostro con prudencia entrecerrando

un poco los ojos para descubrirnos ocupados.

 

Eso es lo que pasa al no advertir

el peso del aire sobre el aire mismo.

 

La ligereza del cadáver no hace ruido

y se pudre entre las tardes y las noches

en el cálido mutismo de la tranquilidad

hasta que alguien descubre

el moño que sobresale desde abajo de la cama.

 

Es entonces cuando el grito

ante el cuerpo que emerge del estómago

cuando el temor se blinda en su desdoblamiento

y la sonrisa entre los labios

pareciera amedrentar el hallazgo.

 

No podemos castigarlo así como así

sería como arrebatar de su rostro la ilusión

con que cuenta la historia del regalo

y presenta entre sus manos la belleza

del caniche que ladraba en las mañanas.

 

Habría que ver primero

si es posible cerrar sus ojos

si llevaba días descomponiéndose

 

buscar entre su cuello alguna placa

 

y tentar de a poco la sábana

antes de especular

sobre la pureza del desastre.

 

 

Gato tuxedo responde a pardo

 

La oreja en el zumbido es un síntoma

de pasar horas frente a la ventana abierta

mientras las alas delimitan la belleza del cadáver

y tú no te atreves a dar el salto

 

de huirle a la sombra de las persianas

y ver como caen motas de polvo desde el bambú

hasta la línea entreabierta por donde suenan los cables

 

hoy también te encerraste en el viento

querías encontrar el ruido entre el poema

acariciar su plumaje y voltearlo boca arriba

para liberar a la piel de su disfraz

 

querías verlo virar hacia sí

y perderse en tu interior

 

te sentías invencible ante la hoja en blanco

 

como si el abismo hubiera acortado distancia

y brincar por la barda fuera más fácil

que cazar al pterodáctilo con aviones de papel

 

sentiste que por fin te dejarías de lamer hasta la sangre

 

pero no estás listo para dejar de mentir

y atrás de ti hay un imperativo

mostrándote los dientes.

 

 

Me hace falta creer en algo

 

Podría apostar

a que mi muñeco vudú

cuenta con la última tecnología

porque acierta en cada punto

al que dirige su intención.

 

Tiene alfileres

ultrafinos              punta de diamante

con los que rasguña mi rostro

mientras duermo; una precisión

de francotirador para apuntar

al menisco de mi pierna izquierda

y en las manos que lo sostienen

la constancia de horadar

día y noche ese cuerpo que no

es mío. Lo que no tiene

la figura es esta incertidumbre

de saber si su copia existe.

 

Si fuera buena persona el muñeco

habría renunciado desde hace tiempo.

 

Estaría enlistado en una guerra

de muñecos de acción cubiertos

de barro fuera en el jardín

y quizás mi vida sería más interesante

pero no. Disfruta la aguja

en mis labios el hilo dibujando

una sonrisa en su rostro

que no se parece al mío

aunque ría de las mismas cosas.

 

La magia fascista del vudú

aterroriza las calles los vendedores

ambulantes invierten en estambre

para vender pero los nuevos muñecos

son Bluetooth y cuentan

con lo último en tecnología

una interfaz de Google que responde

a tu tono de voz y te recuerda

tres veces al día que olvidaste

tomar tus pastillas.

 

Lo tecnológico es menos

preocupante que la magia negra

y la psiquiatría no se encarga

de la persona que me tiene

entre sus manos. El dolor

es una estatuilla hecha a mano

encontrada en la última caja

que faltaba por desocupar.

Allá en el fondo del negocio

abandonada ante el merodeo

de quien renta un nuevo cuarto.

 

¿Puedes sentirlo, efigie?

 

La aguja que perfora

mi cabeza para colgarme

del corcho presiona mi cráneo.

Los estigmas escapan

de mis manos y son

un hueco en la pizarra

una historia que no se explica

el vacío propio de la fe.

 

Pobre de ti figura

pasaste por alto el desaire

que a la magia hace

el impulsivo truco de la estupidez.

 

Dime ¿de qué color eres

cuando tus hilos se queman?

 

Una mano de estambre en mi nuca

sostiene un muñeco

con una mano que sostiene una aguja

en la herida que desprende

humo blanco. Soy el elegido

para terminar

esta historia: el principio y el fin

del dolor en mi rodilla.

 

 

Aunque me esfuerce esto sigue siendo mentira

 

Imagina árboles que caen de un escalón

cuando una canción empieza a sonar. Sostenlo en el fondo.

 

Una creencia es una prisión

del yo convertido en grillete

por la compresión del propio rostro.

 

“Yo soy” no es cierto no he alcanzado a distinguir

porque entre el yo y el resto está el lenguaje

como goma de mascar dividida entre las muelas

y los nervios o el bruxismo involuntario por el parpadeo.

 

Que siga su curso la manía de apretar los dientes

que siga su curso la onicofagia hasta acabar con los temblores

que siga su curso el ruido dentro del caracol

que siga su curso y, si se pierde, que pida ayuda

 

Desde la exhalación

continúo a la espera del relevo

pero nadie puede ser sustituido.

 

Debemos seguir con nuestras vidas.

 

Algunas personas sonríen

él, por ejemplo, está tan feliz

que dejó de usar un ojo.

 

Encuentro regocijo ante los tics

y la manía, la bella manía

del perpetuo movimiento como consecuencia

de que estamos vivos un día más.

 

Al final nos reunimos por una simple y sencilla razón

somos los carentes de empatía

que reirán día y noche del árbol por su caída

aunque se haya roto la ramita

con que juega a la pelota

mientras todos duermen.

 

La mala hierba

dándole color al horizonte

a fin de cuentas.

 

Existir porque sí, porque de lo contrario

el páramo estaría desértico

y el yermo estrecho cinturón de estrellas

nos queda todavía muy lejos

como para llegar con un paso extraño

de puntitas

como entrando sin querer

a conceptos que nos miran

desde la distancia.

 

 

Imágenes: Kusozu, La muerte de una mujer noble y la descomposición de su cuerpo, siglo 18