¿Qué dice sobre su salud el color de la sangre en sus manos?
Los juguetes no son suyos, aunque parezca
que puede ordenarlos frente a sí
para contar historias nunca antes vistas.
El día de ayer temprano casi a mediodía
le vimos encoger los hombros frente a su cama
y girar su rostro con prudencia entrecerrando
un poco los ojos para descubrirnos ocupados.
Eso es lo que pasa al no advertir
el peso del aire sobre el aire mismo.
La ligereza del cadáver no hace ruido
y se pudre entre las tardes y las noches
en el cálido mutismo de la tranquilidad
hasta que alguien descubre
el moño que sobresale desde abajo de la cama.
Es entonces cuando el grito
ante el cuerpo que emerge del estómago
cuando el temor se blinda en su desdoblamiento
y la sonrisa entre los labios
pareciera amedrentar el hallazgo.
No podemos castigarlo así como así
sería como arrebatar de su rostro la ilusión
con que cuenta la historia del regalo
y presenta entre sus manos la belleza
del caniche que ladraba en las mañanas.
Habría que ver primero
si es posible cerrar sus ojos
si llevaba días descomponiéndose
buscar entre su cuello alguna placa
y tentar de a poco la sábana
antes de especular
sobre la pureza del desastre.
Gato tuxedo responde a pardo
La oreja en el zumbido es un síntoma
de pasar horas frente a la ventana abierta
mientras las alas delimitan la belleza del cadáver
y tú no te atreves a dar el salto
de huirle a la sombra de las persianas
y ver como caen motas de polvo desde el bambú
hasta la línea entreabierta por donde suenan los cables
hoy también te encerraste en el viento
querías encontrar el ruido entre el poema
acariciar su plumaje y voltearlo boca arriba
para liberar a la piel de su disfraz
querías verlo virar hacia sí
y perderse en tu interior
te sentías invencible ante la hoja en blanco
como si el abismo hubiera acortado distancia
y brincar por la barda fuera más fácil
que cazar al pterodáctilo con aviones de papel
sentiste que por fin te dejarías de lamer hasta la sangre
pero no estás listo para dejar de mentir
y atrás de ti hay un imperativo
mostrándote los dientes.
Me hace falta creer en algo
Podría apostar
a que mi muñeco vudú
cuenta con la última tecnología
porque acierta en cada punto
al que dirige su intención.
Tiene alfileres
ultrafinos punta de diamante
con los que rasguña mi rostro
mientras duermo; una precisión
de francotirador para apuntar
al menisco de mi pierna izquierda
y en las manos que lo sostienen
la constancia de horadar
día y noche ese cuerpo que no
es mío. Lo que no tiene
la figura es esta incertidumbre
de saber si su copia existe.
Si fuera buena persona el muñeco
habría renunciado desde hace tiempo.
Estaría enlistado en una guerra
de muñecos de acción cubiertos
de barro fuera en el jardín
y quizás mi vida sería más interesante
pero no. Disfruta la aguja
en mis labios el hilo dibujando
una sonrisa en su rostro
que no se parece al mío
aunque ría de las mismas cosas.
La magia fascista del vudú
aterroriza las calles los vendedores
ambulantes invierten en estambre
para vender pero los nuevos muñecos
son Bluetooth y cuentan
con lo último en tecnología
una interfaz de Google que responde
a tu tono de voz y te recuerda
tres veces al día que olvidaste
tomar tus pastillas.
Lo tecnológico es menos
preocupante que la magia negra
y la psiquiatría no se encarga
de la persona que me tiene
entre sus manos. El dolor
es una estatuilla hecha a mano
encontrada en la última caja
que faltaba por desocupar.
Allá en el fondo del negocio
abandonada ante el merodeo
de quien renta un nuevo cuarto.
¿Puedes sentirlo, efigie?
La aguja que perfora
mi cabeza para colgarme
del corcho presiona mi cráneo.
Los estigmas escapan
de mis manos y son
un hueco en la pizarra
una historia que no se explica
el vacío propio de la fe.
Pobre de ti figura
pasaste por alto el desaire
que a la magia hace
el impulsivo truco de la estupidez.
Dime ¿de qué color eres
cuando tus hilos se queman?
Una mano de estambre en mi nuca
sostiene un muñeco
con una mano que sostiene una aguja
en la herida que desprende
humo blanco. Soy el elegido
para terminar
esta historia: el principio y el fin
del dolor en mi rodilla.
Aunque me esfuerce esto sigue siendo mentira
Imagina árboles que caen de un escalón
cuando una canción empieza a sonar. Sostenlo en el fondo.
Una creencia es una prisión
del yo convertido en grillete
por la compresión del propio rostro.
“Yo soy” no es cierto no he alcanzado a distinguir
porque entre el yo y el resto está el lenguaje
como goma de mascar dividida entre las muelas
y los nervios o el bruxismo involuntario por el parpadeo.
Que siga su curso la manía de apretar los dientes
que siga su curso la onicofagia hasta acabar con los temblores
que siga su curso el ruido dentro del caracol
que siga su curso y, si se pierde, que pida ayuda
Desde la exhalación
continúo a la espera del relevo
pero nadie puede ser sustituido.
Debemos seguir con nuestras vidas.
Algunas personas sonríen
él, por ejemplo, está tan feliz
que dejó de usar un ojo.
Encuentro regocijo ante los tics
y la manía, la bella manía
del perpetuo movimiento como consecuencia
de que estamos vivos un día más.
Al final nos reunimos por una simple y sencilla razón
somos los carentes de empatía
que reirán día y noche del árbol por su caída
aunque se haya roto la ramita
con que juega a la pelota
mientras todos duermen.
La mala hierba
dándole color al horizonte
a fin de cuentas.
Existir porque sí, porque de lo contrario
el páramo estaría desértico
y el yermo estrecho cinturón de estrellas
nos queda todavía muy lejos
como para llegar con un paso extraño
de puntitas
como entrando sin querer
a conceptos que nos miran
desde la distancia.
Imágenes: Kusozu, La muerte de una mujer noble y la descomposición de su cuerpo, siglo 18
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