De buena familia
Nadie te conoce
nadie
ha escarbado
tus ojos.
Te busco
bajo ese lodo
con el que hacen
las sombras.
Te invoco
como señal
de la Santa
Cruz.
Persigna
desde la greña
hasta el pecho.
Pergeña
tu silueta
asomada
en una veta
de encino americano
en los muebles
en buró del cuarto.
Otros tienen
un amigo imaginario.
Yo,
me lo conseguí enemigo.
Un enemigo
te ayuda a fracasar
cuando más lo necesitas.
Un alivio si piensas
que los demás
deben fracasar
por sus propios méritos.
Los tildan de locos,
hablan solos
mientras juegan
co
mo
mal
di
tos
dro
ga
dos.
Yo
no tengo esas charlas extrañas.
Tan sencillo:
me siento acompañado
cuando tropiezo,
cuando se desliza del bolsillo
el billete
para comprar mi lonche
en el recreo.
Sé que estás ahí.
Huelo tu aliento
de Dorito Nacho.
Siento tu sombrero de felpa,
seguro tienes las manos
como demonio.
La psicóloga
se regodea
con dibujos
que hacen los otros
de sus amigos
imaginarios.
En mi caso
reservo los garabatos.
Luego
todos querrán uno
igual al mío.
Yo ni sabría dibujarlo.
¿Cómo?
de entre tanto oscuro
sólo los dientes asoma.
Todo es pardo.
Se confunde
con los pelos del gato,
con el mapa del Pelo-poneso
de mi hermano.
Como buen enemigo,
se esmera.
Si yo pido verde
él quiere gris.
Sé que me entiende,
que sabe llevarme la tristeza
en bandeja de plata,
cuando los demás
han de esforzarse más,
mucho más,
en conseguirla,
empeñados en descubrir
que quien les tumbará
la felicidad
serán sus padres.
Imagen: Ford Madox Brown. «Take your Son, Sir»