Alcides ciertas veces
Una ciudad llamada Hércules
pero sin leones de Nemea
y sin el Argos para lanzarse
al mar o limpiar los establos del planeta.
Enamorarse ahí de una enfermera llamada Deyanira.
Clavar con flechas rojas el horno más potente
y que escurra metales como sangra una herida.
Hércules
Coahuila.
Toda una ciudad llena
de voces.
Desaté el cinturón
de mi amiga de prepa
y fui el pastor de todos los carneros.
No me quité la vida
como cientos de aquí
ni al escuchar mi conciencia
de córvido o gorrión.
Pero esto es Hércules. Bienvenidos a mí, a mi esquina del
mundo. Llega señal de celular y hay un cine, un teatro, un
pequeño jardín con nomeolvides. No tenemos vida, y no hay
nada a la vuelta de la vida.
Pasan venados con tripas más suaves que sus carnes.
Intuimos al búfalo
que empaña las ventanas
y al que reunidos sometimos
y sin fuego comimos, porque aquí, en Hércules,
nunca encienden las brasas,
las apaga la niebla con su paso de nube.
Quisimos las yeguas del vecino para nunca volver y no
importó si tropezaban en postes o saltaban a los desfiladeros.
Hércules, cómo escapar de ti
si esas nueve cabezas
escupen otra lava
incluso si les cortas la cabeza.
Hércules, la grasa de este jabalí
tendrá que ser el himno
del amor, su clara consistencia
para que haya coito y agitaciones que arranquen el suspiro.
Manzanas imposibles en lo alto,
no las deseara Safo tanto como tú.
Manzanas que al morderlas
endurecen
y oro la pulpa vuelven. Manzanas ya metálicas
pero tan áureas que encandilan.
Manzanas que la balanza
del banquero hace brillar
como un sol diminuto y poderoso.
Y al final el ladrido. Tres cabezas
y un sordo rechinar
de muela y de colmillo.
Ladren, rencor, envidia y arrepentimiento.
Ladren con más de tres cabezas
para cortarlas de tajo
con mis manos.
Yo soy esta ciudad,
soy esta gente.
Entre mis vestimentas,
esa bola de fierro con tachones para golpear,
en seco,
a la muerte en la cara.