María Renée. Tú la miel

Tú la miel

La rabia se nos delata en el angular de las cejas, en el enrojecimiento de las mejillas y en el tensor de la musculatura. Madre abre los ojos, abre las sábanas, abre la ventana, abre la puerta de la cocina y -tras poner la taza al borde de la mesa- abre la alacena. Para Madre soy hija sólo hasta antes de abrir la alacena y mirar el frasco vacío y mal tapado. Se le frunce el ceño, se le enrojecen las mejillas y se le tensa la musculatura; revienta. De la boca le salen las letras de un nombre: el mío. La rabia también se nos escucha. Soy mi nombre completo porque Madre ve el frasco vacío y mal tapado. Bañada en el fluido gástrico que es su grito, obligo a mis pies a ir donde ella. Madre siente rabia porque ha querido encontrar miel y no ha podido. Me culpa de abandonar mi habitación por la noche e ir de puntillas a beberme la miel. Madre me culpa a mí y yo culpo a Rita. Rita es escurridiza y tiene las mejores ideas. Yo, que soy torpe y cobarde, no tengo buenas ideas -salvo cuando Madre siente rabia y debo echar a correr el ingenio e intentar huir-. Rita es culpable de que no haya miel, tal como fue culpable del crayón en la pared, la grieta en el vidrio y el charco en la cama. Fiel a mis desatinos, delatar a Rita no me concede escapatoria del rugido de Madre rabiosa. Rita bebe miel. Yo, en cambio, me siento atraída por el sabor del ajo o de las aceitunas o del jamón serrano. Una encuentra el modo de transitar el mundo (y la casa a oscuras) evitando el desbalance letal. Casi siempre se encuentra afuera, allá, lejos. Rita y yo lo encontramos en la alacena. Ella los frascos de miel, yo los de escabeche. Ella los frascos de miel, yo los de parmesano. Ella los frascos de miel, yo los de salsa de soja. Vaciarlos es para ambas un ejercicio de compensación, pero Madre se irrita al descubrir falta su despensa. Me temo que no existe más remedio para Rita; me temo que no existe más remedio para mí. Madre me culpa. Me culpa a mí y no a Rita.
Rita que se bebe los frascos de miel hasta que un buen día Madre decide echarla. Para Rita el frasco vacío y mal tapado significó deleite y más tarde ruina. Las paredes polutas, el vidrio recompuesto, la cama seca y la alacena intacta. Yo adulta, con pies y manos grandes, sumerjo el dedo en el frasco rescatándolo empapado en ocre denso para untarlo sobre mis labios. Me gusta pensar que Rita exiliada, con pies y manos pequeñas, hace lo mismo con la salsa de soja.

 

 

 

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